mexicana en suecia

La marca de lo extranjero

«Nadie nace en su tierra natal, todos y todas somos hijos de un torbellino de palabras, huellas, marcas, imposibles de localizar topográficamente …

…Siempre cada uno o una es extranjero/a para sí misma. Y si las contingencias de la vida hacen que uno tenga que exiliarse de su país finalmente, si se sobrepone al fantasma de la nostalgia, se encuentra con que su segundo exilio no ha hecho más que redoblar el qué estaba desde el principio.»

Poema exilio, Jorge Alemán

La historia del Jamaicón

En el año de 1958, Suecia fue la sede del Mundial de futbol y la selección mexicana se preparaba con una gira a Estados Unidos, Canadá y Europa. En Lisboa, se ofrece una cena de gala a los seleccioandos mexicanos, ahí el recio defensa de las Chivas de Guadalajara José Villegas Tavares, mejor conocido como «El Jamaicón» se levanta de la mesa y sale melancólico a caminar por los jardines.

El entonces entrenado Nacho Trelles al ver que el Jamaicón no regresaba sale a buscarle y le encuentra sentado al pie de un arbol, con la cara al cielo y rodeando sus piernas con ambas manos.

-José ¿ya senaste? ¿qué haces aquí afuera?

-¡Cómo voy a cenar si tienen preparada una cena de rotos. Yo lo que quiero son mis chalupitas, unos buenos sopes o un rico pozole y no esas porquerías que ni de México son!

Es a esa malencolía, extendida después a otros jugadores y a otras selecciones es lo que ahora conocemos cómo el «Sindome del Jamaicón».

La experiencia de la nostalgia

Después de recordar la historia del Jamiacón y después de que tal vez nos hayamos reconocido en algún episodio nostálgico propio cabe preguntarse ¿a qué viene esto de la nostalgia? ¿de dónde viene este sentimiento generalizado que contraviene tan abruptamente nuestro deseo y nuestra mejor intención de lanzarnos a cruzar el mundo en busca de una vida mejor? Y peor aún ¿cómo puede aparecer esta nostalgia en un lugar tan aparentemente favorable, desde la perspectiva de la calidad de vida, como lo es Suecia?

Muchas posturas distintas me he encontrado en estos 4 años que llevo viviendo en Suecia. En un extremo encuentro discursos que ven a la nostalgia casi como un deber, cómo un imperativo, cómo si el solo hecho de no sentir nostalgia o desasosiego por la pérdida de elementos de identidad nacional nos hiciera mexicanos ingratos, traidores a la patria, malos hijos.

En el otro extremo encuentro una postura cosmopolita en donde el discurso apunta hacia un ente capaz de fluir sin culpas entre una cultura y otra, entre un estilo de vida a otro, sin ataduras y asimilándose a la cultura sueca de forma fluida y orgánica. Sería el tipo de sujeto tan inmerso en el lenguaje y la rutina sueca que se sorprendería al reconocerse a sí mismo en algún espejo mexicano !Nämen!    

Sin embargo, en la práctica, me parece que nadie soportaría habitar permanentemente en alguno de estos dos polos discursivos y lo que observo, por no decir lo que vivo, es una oscilación errante que se mueve en este rango.

Pareciera que pasamos de la nostalgia a la integración y de la integración a la decepción y a la nostalgia. A veces pareciera que el bagaje mexicano obstaculizara la integración a la cultura sueca y procuramos negarla o reprimirla, en otras ocasiones, cuando el bagaje mexicano juega a nuestro favor, nos envolvemos en la bandera cual niño héroe y hacemos uno con el estereotipo de mexicano dicharachero y reventado.

Así, nos encontramos con días mejores o peores, días en los que lo mexicano y lo sueco que nos habita coexisten con cierto grado de armonía y en una relación más o menos funcional. En otras ocasiones, ambos bagajes se presentan no solo en conflicto sino peor aún, como piezas de un rompecabezas que simplemente no embonan por muchos giros que se les de.

El extranjero

Al final, encuentro que habitar Suecia en condición de migrante nos lleva inevitablemente a visibilizar una marca, la marca de lo extranjero. Somos extranjeros/as y hasta cierto punto esto puede ser posible de ocultar a otros, pero no se puede ocultar de nosotros mismos.

Lo curioso acá, y para mi el punto fundamental en todo esto, es que esta marca del extranjero yace inscrita sobre otra marca más antigua, una marca resultado de nuestra llegada a este mundo como sujetos hablantes, es el momento mítico que el psicoanalista y poeta Jorge Alemán describe como esta condición humana en dónde nadie nace en su propia casa, es decir que todos nacemos en el extranjero.

Llegamos a un mundo que nos antecede, un mundo con una lengua desconocida, un mundo que nos es ajeno y que al aprenderlo, al interiorizarlo nos implanta algo ajeno a nosotros mismos, algo que inaugura la condición irrevocable y constitutiva de ser extranjeros para nosotros mismos sin importar en dónde nos encontremos.

Así, es que vivir en condición de migrante, aunque sea solo por unos días como en el caso del Jamaicón, resulta en una especie de eco de aquel momento constitutivo en que nos encontramos con aquello otro que no nos permite más reconocernos como identicos a nosotros mismos, aquel momento de ruptura en que nos lanzamos a la vida y que la nostalgia, por lo demás necesaria, resultará siempre incapaz restaurar.

Autor: David Montaño

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